Fieles ante la tentación
P. Gerardo Amado
Sacerdote Eudista de la Congregación de Jesús y María
El Evangelio de este primer Domingo, de Cuaresma, nos invita a reflexionar sobre nuestra fidelidad y sobre el cómo estamos enfrentando las tentaciones y las pruebas que se nos presentan en nuestras realidades personales y vocacionales.
Algunos elementos a tener presente para nuestra reflexión.
- Jesús es bautizado y queda lleno del Espíritu Santo
- Cuarenta días en el desierto donde experimenta la tentación
- La fidelidad en el desierto
- Jesús es el hijo de Dios y según Lucas en el bautismo quedó lleno de Espíritu Santo. El Espíritu le ayuda a prepararse idóneamente para vivir la misión que le ha encomendado el padre y a permanecer fiel a su identidad como Hijo.
- Porque Jesús es hombre como nosotros, en el desierto de la vida, experimentó la tentación; la carta a la hebreos nos lo recuerda cuando dice: «de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado» (Hb 4,15).
Jesús es tentado por el diablo en el desierto sobre su identidad y su misión; por eso al leer el texto del Evangelio podemos encontrar que la primera y tercera tentación comienzan con la misma insinuación del tentador: «Si de veras eres Hijo de Dios…» Jesús vence las tentaciones presentadas por el diablo y con ello logra reafirmar su identidad y recordar la presentación que el Padre ha hecho de Él. «Tú eres mi Hijo, el Amado, en ti me he complacido» (Lc 3, 22).
- La fidelidad en el desierto. La tentación y la prueba que vivió Jesús se dio en un contexto de debilidad humana: «No comió nada en estos días, y al final sintió hambre». (Lc 4, 2b). Por más debilidad experimentada, Jesús se mantiene fiel, nos da ejemplo de fidelidad en las dificultades, tentaciones y pruebas. Todo esto en contraposición al Pueblo de Israel que ante las dificultades y debilidades del desierto sucumbió y fue infiel, estas infidelidades las encontramos en libro del Éxodo: cuando sintieron hambre, renegaron contra Dios y contra Moisés; cuando sintieron sed murmuraron y tentaron a Dios; cuando Moisés tardó en bajar del monte, el pueblo se cansó de Dios y se construyeron un becerro de oro y lo adoraron (EX, 16; 17;32).
Reflexionemos. La Cuaresma es tiempo privilegiado de encuentro con Dios para vivir el cambio, la “metanoia” y prepararnos a la fiesta más importante de los cristianos, como lo es la Pascua.
Todos los cristianos, y más aquellos que hemos optado seguir al Señor Jesús en la vida religiosa, consagrada y ministerial debemos mantenernos firmes, fieles y sin apartarnos de Él, para confesarle con el corazón y con los labios y salir victoriosos con Él ante la debilidad de la carne, ante la ambición y los deseos de aparecer, tener, figurar y de poder.
A la Iglesia, al mundo y a la sociedad le vendría muy bien si junto con Jesús tuviéramos claro que fuera del Padre no hay otros señores que merezcan adoración y servicio. Si Dios es el centro de nuestras vidas salvaguardaremos nuestra libertad y dignidad.
Me pregunto: ¿Cuáles son las tentaciones que están complicando mi vida de discípulo misionero? ¿Qué estoy haciendo y qué necesito para superarlas y no caer en ellas?
Oración: Espíritu Santo, me doy a ti. Toma posesión de mí, condúceme en todo y haz que viva como hijo de Dios, como miembro de Jesucristo, y como quien, por haber nacido de ti, te pertenece, y debe estar animado, poseído y conducido por ti. Amén. «San Juan Eudes»
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