viernes , 29 marzo 2024

Misión Copiapó – Septiembre

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Jesús con una mirada especial observa la vida, la naturaleza, las personas, los animales. Es cosa de leer los ejemplos que pone y sus parábolas que están llenas de vida: la levadura que tomó una mujer (Mt 13, 33), el tesoro escondido en un campo (Mt 13, 44 ss.), la pesca milagrosa (Lucas 5, 18-24), por citar algunos. Y nosotras y nosotros los llamados al seguimiento de Jesús, tanto religiosas(os) como laicos(as) hemos observado la naturaleza entre el barro, las ruinas y el gozo de estar entre los pobres de los pobres allá en el norte de nuestra patria, en Copiapó.

La V Conferencia de Aparecida nos invita a ser “discípulas, discípulos, misioneras y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en él tengan vida”. Es este Jesucristo quien nos ha convocado para identificarnos con los excluidos en nuestro Chile en un tiempo de tanta tragedia. Tragedias causadas por la irresponsabilidad del ser humano con nuestra madre tierra quien de tanto en tanto nos remece para exigir respeto.

Caminamos por las calles de algunos de los sectores más afectados por el aluvión en Copiapó: Pintores de Chile, Millaray, Paipote, Los Loros, por donde el aluvión pasó dejando sus secuelas de destrucción y más pobreza.  Son esos los lugares en donde nos hemos reencontrado con personas que sufren aún las consecuencias de otro «aluvión»: el del abandono, de la soledad, de perderlo todo. La gente esperaba volver a vernos tanto como nosotros a ellos. Y al abrazarnos y saludarnos, hemos sentido la bendición de experimentar a Jesús y hemos exclamado como él: “¡Abba!”, “¡Padre!” y surgió un abrazo fraterno, solidario, necesario. “La pérdida fue sólo material ¡estamos con vida!”, nos decían.  Y la conversa se hizo fácil, y el escuchar se hizo importante.

«Mientras recorres la vida tú nunca solo estás», cantamos y rezamos mientras caminamos por las calles aún empolvadas en Copiapó. Entramos en casas todavía destruidas o a medio reconstruir, pero con personas con un corazón grande, generoso, que se han hecho fuertes en la adversidad y comparten lo poco que tienen. Vamos para intentar entregar una palabra de consuelo y aliento, y somos nosotros los que volvemos en la noche a nuestra casa consolados. El Dios vivo y verdadero se nos manifestó en las palabras de la gente: » Mi Dios nunca nos abandonó», «la hemos sufrido pero sabemos que no estamos solos, que saldremos adelante», «mi fe es ahora más fuerte», «ahora estamos más cercanos con los vecinos que antes del aluvión».

Y, entonces, damos gracias al Dios de la vida, porque vemos cómo el mismo Jesucristo está ahí: codo a codo con la gente y con los pies en la tierra. Vemos entre nosotros al Maestro, no el de doctrinas y normas, sino a aquel que junto con su madre se hizo servidor y testigo; así como nosotros que queremos hacernos parte de este proyecto del reino de Dios, trabajar por la vida, la vida en abundancia, buscando realizar así la voluntad del Padre.

La misión la hacemos cada día en nuestras comunidades, pero para los que viajamos a Copiapó una vez al mes, la misión se vive caminando por calles, recorriendo barrios, abrazando a nuestros hermanos: Pedro, Erika, Gastón, Doris, Jaime, Marcelo y tanto otros que se transforman en Jesucristo. Ese Señor de la vida que nos muestran los evangelios. La misión se vive pasando por la vida y tocando, aunque sea un poquito, a estas personas que han sufrido por la fuerza de la naturaleza, que nos han hecho poner en práctica las enseñanzas de Jesús de Nazaret, ese hombre humilde, hijo de María, la mujer fuerte y comprometida que dijo “sí” cuando Dios la invitó a ser la madre del salvador.

Hemos vivido esto con mucha alegría: en las horas de compartir los desayunos, los almuerzos y antes de irnos a descansar. El hecho de cantar, contar, orar en comunidad nos alienta, nos llena de energía para la jornada siguiente. La visita de nuestro Obispo, la vitalidad de la hermana Julia, la palabra de aliento siempre acompañada de una gran sonrisa de la hermana Verónica y la diligencia amorosa de Padre Guido para que nada nos falte, hizo que nuestras jornadas fueran mucho más fáciles de enfrentar.

De nuestra fe en Cristo brota la solidaridad como actitud permanente de encuentro, hermandad y servicio que se manifiesta en opciones y gestos visibles en nuestro caminar por Copiapó. No podemos nosotros solucionar el hecho que estén tan vulnerables y que sean excluidos de muchas soluciones políticas a nivel de país, pero queremos creer que nuestro acompañamiento puede ser un pequeño alivio. Y, aunque sea con sólo un abrazo sincero, ayudar a transformar su desmejorada situación, mientras muchos solo sacan de debajo de la manga promesas de todo tipo que saben no serán más que eso: promesas. Como dijo Albert Eisntein: “Locos son aquellos que haciendo siempre lo mismo pretenden obtener resultados diferentes”. Nosotros preferimos repetir con Don Miguel de Cervantes: «Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo que están más secas las esperanzas».

¡Los invitamos a participar de esta misión!

Dios mío, envíanos algunos locos,
de aquellos que se comprometen a fondo,
de aquellos que se olvidan de sí mismos,
de aquellos que saben amar con obras y no con palabras,
de aquellos que se entregan verdaderamente hasta el fin.

Nos hacen falta locos, desafinados, apasionados,
personas capaces de dar el salto en el vacío inseguro,
desconocido y cada día más profundo de la pobreza;
aquellos que saben aceptar la masa anónima,
sin deseo de utilizarla como escabel;
aquellos que no utilizan para su servicio al prójimo.

Nos hacen falta locos, ¡Dios mío!
Locos en el presente,
enamorados de una forma de vida sencilla,
liberadores del pobre,
amantes de la paz,
libres de compromisos,
decididos a no hacer nunca traición,
despreciando su propia comodidad, o su vida,
plenamente decididos por la abnegación,
capaces de aceptar toda clase de tareas,
de partir dondequiera que sea por amor,
al mismo tiempo libres y obedientes,
espontáneos y tenaces, alegres, dulces y fuertes.
Amén.

Equipo misionero: Armando Lanzani (Sagrados Corazones), Carmen Ramos (Doctrina Cristiana), María Asunción Concha (Inmaculada Concepción), Luisa Escobar (Carmelita Misionera), Irene Rojas de Cambias (laica), Valeska Quinan (hnas. de la Santa Cruz), Laura Osuna, Teresa Boutin, Andreina Gómez, Denise Marie Delval (Ursulinas de Jesús), Sylvia Tapia (laica).

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