La prohibición de extraer mariscos en Chiloé, por un gravísimo brote de marea roja, generó un estallido social que reavivó las críticas a un modelo exportador que mantiene pobres y marginados a los pescadores artesanales,
La marea roja, cuya causa aún no está del todo clara y su solución es aún objeto de estudio, comenzó en febrero y adquirió su actual intensidad en abril, lo que llevó a las autoridades sanitarias chilenas a prohibir la extracción de mariscos a lo largo de la costa austral del océano Pacífico, situación que se ha ido agravando porque hoy se está extendiendo en toda la isla.
En respuesta, los pescadores iniciaron el 3 de mayo de 2016 una movilización, que incluyó el bloqueo de carreteras, y dejó a Chiloé sin suministro de combustibles y alimentos, sin transportes, sin clases, con cientos de turistas aislados, el pago de pensiones detenido, y serias dificultades en la labor de los hospitales.
A la protesta se sumaron miles de habitantes del archipiélago, que se manifiestan contra lo que denuncian como décadas de abandono, la misma demanda que en 2012 motivó un estallido social parecido en la también sureña región de Aysén.
El lunes 9 de mayo de 2016, además, comenzaron movilizaciones en Santiago y otras ciudades del país, en solidaridad con las demandas de los habitantes de Chiloé.
El archipiélago de Chiloé posee 9181 kilómetros cuadrados de superficie y unos 167.600 habitantes. La Isla Grande es el centro político, social y económico del archipiélago, donde se ubican los dos principales ciudad de Ancud, Quellón y la capital, Castro, conocida a nivel mundial por sus palafitos
La acuicultura y la pesca son sustento base de la actividad económica de la zona, junto con el cultivo de papas, y la artesanía en fibra, lana y madera. Algunos cálculos indican que en la práctica 80 por ciento de la población del archipiélago depende de la pesca.
El conflicto dejó al descubierto el abandono de esta zona de Chile y las debilidades del modelo de desarrollo y ganancias generado por las grandes empresas exportadoras del sector.
La mayor parte de los científicos atribuye las causas de la marea roja al cambio climático, que aumentó la temperatura del mar modificando la Corriente del Niño provocando un incremento de algas y toxinas.
Pero los pescadores y varios especialistas, insisten en culpar a las industrias salmoneras por botar al Pacífico casi 5000 toneladas de salmones descompuestos.
El gobierno encargó una investigación sobre el origen del problema, la que podría aclarar otros fenómenos extraordinarios ocurridos en los últimos meses, como el varamiento de 330 ballenas en el golfo de Penas, en el extremo sur de Chile, en 2015 y principios de 2016, o la llegada en enero de unos 10.000 calamares muertos a las costas frente a la sureña región de Bío Bío.
En la primera semana de mayo, unas 20 toneladas de sardinas vararon en comunas costeras de la también sureña región de la Araucanía repitiéndose un fenómeno sucedido a mediados de abril.
Este año se observó un aumento de la temperatura de las aguas del seno de Reloncavi, en Isla Grande, de entre dos y cuatro grados centígrados, lo que provocó proliferación de algas nocivas en esa zona.
Respecto a los efectos de la industria salmonera, el especialista Enrique Calfucura aseveró que “se sospecha que la carga en el mar de fósforo y nitrógeno, entre otros, reduce la disponibilidad de oxígeno y fomenta la floración de algas nocivas”.
Sin embargo, dijo, “falta aún estudiar de manera científica otros factores humanos que podrían incidir en la generación y extensión de marea roja”.
El experto recordó que en el mundo se ha intentado implementar medidas para controlar la marea roja “pero han sido poco efectivas y eventualmente generarían también impactos negativos sobre los ecosistemas”.
A pesar de que siete comunas se bajaron del levantamiento al aceptar los acuerdos con el gobierno, en tres comunas (Ancud, Quemchi y Quellón) se mantienen firmes por conseguir una ayuda acorde a la catástrofe y, de paso, resolver demandas históricas que, dicen, los tienen postergados.
La Iglesia diocesana, animada por el obispo Juan María Agurto, ha estado muy presente viviendo los momentos críticos y acompañando a los hermanos que dan la lucha por sus demandas, siendo mediadora en las ayudas humanitarias que se presentan y a través de diversas manifestaciones religiosas a lo largo del archipiélago.
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