El Papa León XIV da un giro crucial en la narrativa eclesial con un mensaje que reconoce el dolor, dignifica a las víctimas y sitúa al periodismo como una vocación profética. Envió una carta que fue leída durante el estreno, en Lima, del Proyecto Ugaz sobre el caso de Sodalicio. Este texto marca un nuevo hito que será clave para la conversión cultural de la Iglesia.
Fuente: SS.CC.
“Esta obra no es solo teatro: es memoria, denuncia, y sobre todo, un acto de justicia.” Así comienza la carta del Papa León XIV leída el pasado 20 de junio en Lima (Perú), durante el estreno de Proyecto Ugaz, una pieza teatral que narra con crudeza los abusos cometidos en el Sodalicio de Vida Cristiana. No se trató de un mensaje diplomático: ¡fue una sacudida espiritual!
El Papa, apenas a un mes de iniciado su pontificado, hizo público un gesto audaz que revela una voluntad de transformación cultural profunda en la Iglesia: “La lucha de ustedes por la justicia es también la lucha de la Iglesia”, señaló.
Con esto, más que una solidaridad con las víctimas que también lo es, León XIV está marcando el cambio de época que hemos hablado tanto, pero ahora aplicado a la Iglesia. “La prevención y el cuidado no son una estrategia pastoral: son el corazón del Evangelio”, afirma, convocando a todos los sectores eclesiales a erradicar los nudos estructurales del abuso, esos que cruzan el poder, la conciencia, la autoridad y la espiritualidad.
Lo que propone no es una política de control de daños, sino una conversión radical: “Esa conversión no es retórica, sino camino concreto de humildad, verdad y reparación”, afirmó.

El encargado de leer la carta fue un obispo que conocemos bien en Chile, monseñor Jordi Bertomeu, figura clave en las investigaciones canónicas contra abusos eclesiásticos en América Latina, y colaborador directo del papa Bergoglio antes y del papa Prevost ahora, en procesos de reforma. Su lectura fue cálida, firme y conmovedora según testigos que asistieron al acto. No se trató de una filtración ni de una interpretación privada: fue un acto oficial y deliberado del Papa, ofrecido al pueblo peruano, a América Latina y al mundo eclesial todo.
La obra de teatro Proyecto Ugaz —que pone voz a las víctimas y denuncia las redes de complicidad eclesiástica de la secta de Sodalicio— fue el escenario que León XIV eligió para hablar con esta carta de memoria, justicia y verdad. El gesto revela un nuevo modo de presencia del papado: no distante ni abstracto, sino encarnado en las luchas del pueblo y en los dolores concretos de la historia.
Periodismo: oficio sagrado
Uno de los momentos más luminosos de la carta fue el reconocimiento explícito al rol del periodismo: “Desde el inicio de mi pontificado… subrayé que la verdad no es propiedad de nadie, pero sí es responsabilidad de todos buscarla, custodiarla y servirla”.
Con nombres propios, León XIV agradeció la labor de Paola Ugaz, Pedro Salinas, Daniel Yovera y Patricia Lachira, periodistas del Perú que, pese a la persecución judicial y el descrédito público, mantuvieron viva la llama de la verdad.
Para el Papa León, “defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa”. En una época donde se manipula y criminaliza la información, este pronunciamiento resulta no solo profético, sino urgente.
Contexto y Pontificado

Este mensaje no es una excepción ni una concesión emocional. Se inscribe en una línea de continuidad firme con su predecesor Francisco y constituye una de las columnas del actual pontificado. Ya en su primer encuentro con los comunicadores tras el cónclave, León XIV señaló que “los comunicadores deben ser sembradores de luz en medio de las sombras”.
En encuentros previos con obispos y religiosos, ha reiterado que “donde se encubre un abuso, se hiere al mismo Cristo” y que “la Iglesia no puede ser jamás un refugio para criminales ni un muro para víctimas”. En una reunión con la directiva del Celam hizo un llamado a la transparencia y la justicia, condenando los abusos y la protección de los abusadores dentro de la Iglesia.
En todos estos gestos se entreteje una misma fibra: la convicción de que la purificación de la Iglesia es innegociable y debe ser protagonizada por las propias comunidades, no solo por la jerarquía.
Predicar el Evangelio con un nuevo lenguaje
El lenguaje de esta carta es revelador: ya no habla de «casos aislados», ni de “pecados del pasado”, sino de “cultura de la prevención”, “verdad como camino de liberación”, “sembradores de luz”. León XIV está configurando un nuevo marco eclesial donde la escucha sincera, la reparación valiente y la transparencia estructural se convierten en pilares misioneros.
Es una Iglesia que reconoce sus sombras para poder irradiar luz. Una Iglesia que ya no se protege a sí misma, sino que se entrega al pueblo herido como espacio de cuidado y justicia.
Así, desde Lima, y con la carta del Papa como testimonio, la Iglesia entra en un proceso de conversión. En este, León XIV no solo mira el pasado sino que traza caminos futuros. El periodismo, la justicia, la verdad y la dignidad de las víctimas ya no son temas periféricos. Son el centro mismo de su visión eclesial.
Como escribe el León XIV en su carta: “Que esta obra sea un acto de memoria, pero también un signo profético. Que despierte corazones, remueva conciencias, y nos ayude a construir una Iglesia donde nadie más deba sufrir en silencio, y donde la verdad no sea vista como amenaza, sino como camino de liberación”.
/APN con fuentes de agencias.
Carta del Papa León XIV
Texto completo de la carta leida en Lima por Mons. Bertomeu a las víctima de Sodalicio.
Estimados hermanos y hermanas:
Con profundo respeto y reconocimiento, poco más de un mes del inicio de mi Pontificado, pero recordando con gratitud los casi 40 años desde mi primera misión vivida en el Perú, me uno al estreno de la obra Proyecto Ugaz, que da voz y rostro a un dolor silenciado durante demasiado tiempo.
Esta obra no es solo teatro: es memoria, denuncia, y sobre todo, un acto de justicia. A través de ella, las víctimas de la extinta familia espiritual del Sodalicio y los periodistas que las han acompañado —con valentía, paciencia y fidelidad a la verdad— iluminan el rostro herido pero esperanzado de la Iglesia.
La lucha de ustedes por la justicia es también la lucha de la Iglesia. Porque como escribí años atrás, “una fe que no toca las heridas del cuerpo y del alma humana, es una fe que no ha conocido aún el Evangelio”. Hoy, esa herida la reconocemos en tantos niños, jóvenes y adultos que fueron traicionados donde buscaban consuelo; y también en aquellos que arriesgaron su libertad y su nombre para que la verdad no fuera enterrada.
Quiero agradecer a quienes han perseverado en esta causa, incluso cuando fueron ignorados, descalificados o incluso perseguidos judicialmente. Como dijo el Papa Francisco en su Carta al Pueblo de Dios en agosto de 2018: “El dolor de las víctimas y de sus familias es también nuestro dolor, y por tanto es urgente reafirmar nuestro compromiso para garantizar la protección de los menores y de los adultos vulnerables.” En esa misma carta, mi Predecesor, que habló de la estimulante diferencia entre el delito y la corrupción, nos llamó a todos a una conversión eclesial profunda. Esa conversión no es retórica, sino camino concreto de humildad, verdad y reparación.
La prevención y el cuidado no son una estrategia pastoral: son el corazón del Evangelio. Es urgente arraigar en toda la Iglesia una cultura de la prevención que no tolere ninguna forma de abuso —ni de poder o de autoridad, ni de conciencia o espiritual, ni sexual. Esta cultura solo será auténtica si nace de una vigilancia activa, de procesos transparentes y de una escucha sincera a los que han sido heridos.
Para ello necesitamos a los periodistas. Hoy quisiera agradecer particularmente a Paola Ugaz por su valentía en acudir el 10 de noviembre de 2022 al Papa Francisco y pedirle amparo ante unos ataques injustos que sufría junto a otros tres periodistas, Pedro Salinas, Daniel Yovera y Patricia Lachira por denunciar los abusos cometidos por parte de un grupo eclesial radicado en varios países pero nacido en Perú. Entre las numerosas víctimas de abusos, también las había de abusos económicos, los comuneros de Catacaos y Castilla, lo cual hacía aún más intolerable lo denunciado.
Desde el inicio de mi pontificado, cuando tuve el privilegio de dirigirme por vez primera a los periodistas reunidos tras el cónclave, subrayé que “la verdad no es propiedad de nadie, pero sí es responsabilidad de todos buscarla, custodiarla y servirla”. Aquel encuentro fue más que un saludo protocolario: fue una reafirmación de la misión sagrada de quienes, desde el oficio periodístico, se convierten en puentes entre los hechos y la conciencia de los pueblos. Incluso con grandes dificultades.
Hoy, vuelvo a elevar la voz con preocupación y esperanza al mirar hacia mi amado pueblo del Perú. En este tiempo de profundas tensiones institucionales y sociales, defender el periodismo libre y ético no es solo un acto de justicia, sino un deber de todos aquellos que anhelan una democracia sólida y participativa.
La cultura del encuentro no se edifica con discursos vacíos ni con relatos manipulados, sino con hechos narrados con objetividad, rigor, respeto y valentía.
Exhortamos, pues, a las autoridades del Perú, a la sociedad civil y a cada ciudadano a proteger a quienes, desde las radios comunitarias hasta los grandes medios, desde las zonas rurales hasta la capital, informan con integridad y coraje. Donde se silencia a un periodista, se debilita el alma democrática de un país.
La libertad de prensa es un bien común irrenunciable. Los que ejercen esta vocación con conciencia no pueden ver apagada su voz por intereses mezquinos o por miedo a la verdad.
A todos los comunicadores peruanos me atrevo a decirles con afecto pastoral: no teman. Con su trabajo pueden ser artífices de paz, unidad y diálogo social. Sean sembradores de luz en medio de las sombras.
Por ello, hago mis votos para que esta obra sea un acto de memoria, pero también un signo profético. Que despierte corazones, remueva conciencias, y nos ayude a construir una Iglesia donde nadie más deba sufrir en silencio, y donde la verdad no sea vista como amenaza, sino como camino de liberación.
Con mi oración, mi afecto y mi bendición apostólica,
León PP. XIV
Roma, 2025