Solemnidad de la Santísima Trinidad
«Todo lo que tiene el Padre es mío y el Espíritu tomará de lo mío y se los anunciará»
(Jn 16,12-15)
Hna. Jacqueline Rivas, CS
Catequista Sopeña
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. Cuando pienso en este “misterio de nuestra fe”, viene siempre a mi mente el título de un libro de Leonardo Boff que habla precisamente sobre esto: “La Santísima Trinidad, la mejor comunidad”. Y, sí, la Trinidad es el espejo en el cual mirarnos a la hora de construir nuestras propias comunidades y nuestra colaboración en la construcción de la gran comunidad humana.
En el pasaje del Evangelio que se nos propone hoy, Jesús habla a sus discípulos en la intimidad de la Última Cena. Está por partir, pero promete la venida del Espíritu Santo, al que llama “el Espíritu de la verdad”, quien los guiará hasta la verdad plena. En este contexto, Jesús revela —de manera velada pero profunda— el misterio trinitario: el Espíritu no habla por cuenta propia, sino que «tomará de lo mío», y todo lo que es del Hijo proviene del Padre. Aquí se dibuja la comunión perfecta entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, tres personas viviendo en perfecta comunión y armonía, un Dios que es relación, comunicación, entrega, que nos invita a ser también nosotros relación, comunicación y entrega.
La verdad plena que el Espíritu comunica no es un conjunto de ideas, sino la persona misma de Cristo, que es la Verdad del Padre hecha carne. De allí que este texto sea para nosotros una invitación a vivir profundamente insertos en el dinamismo trinitario: el Espíritu que nos habita nos configura con Cristo, y en Él, nos volvemos hijos del Padre y, por tanto, hermanos de todos, constructores de fraternidad.
La vida cristiana en general, y la religiosa en particular, brota del corazón de la Trinidad y hacia ella tiende. Vivimos no por nosotros mismos, sino movidos por el Espíritu; seguimos a Cristo no por un ideal humano, sino porque el Padre lo ha revelado como su Hijo amado. Nuestra vida comunitaria está llamada a ser reflejo de esa comunión divina: donde hay donación, escucha, unión en la diversidad y amor que no se apropia de nada, allí se hace visible el Dios Trino.
Finalmente, este Evangelio nos recuerda que el Espíritu sigue hablando, sigue guiando. Por eso, hemos de estar atentos, abiertos a la novedad del Espíritu, que no inventa nada, sino que nos hace comprender cada vez más profundamente el don inmenso que ya se nos ha dado en Cristo. Vivamos, pues, desde esa fuente trinitaria, con un corazón dócil, contemplativo y entregado a la misión que el Señor nos ha encomendado al servicio de la Iglesia y de la humanidad.
Hoy podríamos preguntarnos, ¿en qué medida somos reflejo de esa comunión, de ese amor, de esa entrega que se nos ha revelado en la Santísima Trinidad?