lunes , 9 diciembre 2024
el viento

Comentario Evangelio 15 de Agosto

María visita a su prima Isabel
(San Lucas 1, 39-56)

Hno. Ramón Gutiérrez Pavez
Asuncionista

La fiesta de la Asunción de María es una de las más antiguas celebraciones marianas (S.IV). Me atrevo a decir que es de una raíz muy profunda en América, es una de las herencias de la primera evangelización.   

Un texto maravilloso nos presenta la celebración del día de la Asunción de María.

Es un texto donde escucho hablar a María como una extraordinaria mujer, agradecida y feliz por lo que el Señor le otorga. Y es desde su interior, según dice el texto, que sale su declaración maravillosa del amor de Dios… “Proclama mi alma la grandeza del Señor”.

Podemos encontrar infinidad de versiones del “magníficat” desde el Concilio Vaticano II para acá, antes también, pero es ir muy lejos. Los poetas, los cantantes, los pastores que nos ayudan cantando han puesto música a este texto que nos ofrece ahora san Lucas. Es que es un poema de esos que rompen esquemas, que calan profundo, que logran tambalear incluso a los que se sienten firmes en sus principios.

Como personas consagradas tenemos mucho que agradecer a Dios por este regalo del magníficat. Él lo inspiró a María y ella lo proclamó. Y lo hizo con toda su fuerza de mujer madre y servidora. Recordemos dónde aparece esta maravillosa proclama de María. Dice Lucas: “Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad ubicada en los cerros de Judá…” Mujer de decisiones, según el texto y sabía que no había que retardar el encuentro con la prima.

No creo que Isabel haya preparado sus palabras, las que dijo, cuando llegó María a verla. Eso le salió también del interior. ¿Dos mujeres poetisas? No, dos mujeres de Dios y profetisas.  

Los religiosos y religiosas de más andar por la vida, recordamos que se nos inculcaba, desde el postulantado, que “debíamos observar ciertas formas religiosas”, que no eran sino maneras respetuosas y elegantes que también se observaban en las familias campesinas. Y María, bien educada ella: “Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.  Al oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz; ¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”

Y listo, ni se imaginaron ellas y Zacarías que en ese preciso instante se estaban inventando la que yo creo, es la oración más repetida a lo largo de la era cristiana, el Avemaría.

Siguen los elogios de esas dos justas mujeres (santas),” ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis entrañas.  ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del Señor!”

En esta página me han sugerido que yo escriba y comparta con ustedes mis profundas impresiones sobre este texto. Y me alegro de ello. Cada uno de nosotros, los consagrados, podemos si queremos, claro, elaborar nuestro propio magníficat, con cuanta gente se nos ocurra y que encontremos en nuestro andar misionero, especialmente con nuestros hermanos y hermanas de comunidad.

Si fuésemos tan delicados-as y atentos-as como estas dos primas, nuestros conventos y casas religiosas serían lugares de paz y armonía, que eso deben serlo, pero nos cuesta mucho lograrlo. Todos los fundadores y fundadoras quisieron que las comunidades fueran familias unidas… Hay algunos que fueron lejos en sus consejos, como el fundador de mi congregación que no quería nada oculto entre los hermanos y nos decía que debíamos tener muros de cristales, o sea trasparentes…

Y en casa de Isabel, María se sentía a sus anchas. Luego del saludo expresa (larga) a viva voz su “magnífico” discurso, poema, proclama, grito, llamado, etc.

Necesitamos expresar nuestros sentimientos con la libertad de María. Si lo practicáramos seríamos más felices. Pero estamos atados por los humanos temores, no nos atrevemos, mejor digo, yo no me atrevo… Y es una tarea que me doy a partir de este 15 de agosto. Expresar las maravillas que Dios hace en mis hermanos y en mí mismo… No veo otra forma mejor que colocar el texto de María frente a mi vista y hacerlo mío repitiéndolo una y otra vez:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, /y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, /porque se fijó en su humilde esclava, /y desde ahora todas las generaciones me llamarán feliz. /El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí: / ¡Santo es su nombre! /Muestra su misericordia siglo tras siglo /A todos aquellos que viven en su presencia. / Dio un golpe con todo su poder:/deshizo a los soberbios y sus planes. /Derribó a los poderosos de sus tronos, / y exaltó a los humildes. /Colmó de bienes a los hambrientos /y despidió a los ricos con las manos vacías. /Socorrió a Israel, su siervo, /se acordó de su misericordia, /como lo había prometido a nuestros padres, /a Abraham y a sus descendientes para siempre”.

¡Qué valiosísimo regalo tenemos en María! ¡La mujer que celebramos en la Asunción nos deja anonadados!

Por eso, la fiesta de María Asunta al cielo es una inyección de valentía en el seguimiento de Cristo. Porque, a eso fuimos llamados los religiosos y religiosas. Todos en camino, todos hacia allá.

Este canto de María, si se nos introduce en el alma, es realmente una ayuda para nuestra constante conversión. El anuncio del Reino de Dios nos impele a gritar a esta sociedad que nos toca vivir que el Señor “muestra su misericordia siglo tras siglo”. En este siglo de pandemia, muy sonora e impactante gracias a los actuales MCS. La amorosa misericordia de Dios se entregó a cada uno de nosotros y debemos hacerla patente a los hermanos y hermanas que nos rodean. Esa es nuestra tarea y de ella no se libra ningún consagrado o consagrada.

Que no nos encuentre el Señor en “tronos de honores” y de privilegios por lo que sea: origen familiar, estudios, capacidades intelectuales sobresalientes, cargos de vida consagrada… Nada sirve de bastión, porque en cualquier momento el Señor: “deshace a los soberbios y sus planes. Derriba a los poderosos de sus tronos, y exalta a los humildes “.

Está imagen de “subir al cielo” es riquísima y no hay que perderla de vista. Hay que ir livianos y habrá que trabajar para eso, pues en nuestra vida religiosa se nos han agregado lastres muy pesados. Unos tienen que ver con la tradición-costumbres-fórmulas religiosas. Varias son un peso innecesario, un lastre. Y hoy hemos agregado nuevos pesos que nos atan al suelo… No es necesario, creo, que me ponga a enumerarlos, pueden resultar hasta groseros. Mejor les invito que, con el trasfondo del magnífico canto de María repasemos nuestra real adhesión y vivencia de los Consejos Evangélicos que un día prometimos vivir hasta la muerte. ¡Feliz fiesta de la Asunción!

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