sábado , 13 septiembre 2025
el viento

Comentario Evangelio 14 de Septiembre

Fiesta de la exaltación de la santa cruz
«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único,
para que todo el que cree en Él tenga vida eterna»

(Jn 3, 13-17)

Hna. Jacqueline Rivas, CS
Catequista Sopeña

A nuestra sensibilidad actual le puede resultar extraño, incluso “antievangélico”, hablar de la cruz como algo a “exaltar”, cuando de lo que se trata, lo que quiere Dios, es aliviar todo tipo de dolor y sufrimiento. Por eso, es importante señalar que lo que alabamos y elogiamos, no es la cruz como instrumento de tortura –que lo es– sino el amor. Lo que se nos invita a contemplar hoy no es la cruz como tal sino al crucificado, a Jesús, que pende de esa cruz.

Siempre recuerdo las palabras de una amiga que, en cierta ocasión, me dijo: “en la cruz lo que contemplamos es el amor, el amor infinito de Dios; la cruz desprende, desborda amor…”.

Por eso, ¿qué es lo que celebramos hoy? El amor de Dios, un amor que se hizo entrega hasta las últimas consecuencias.

No podemos negar que la cruz, y las diversas cruces de la historia, ponen de manifiesto el terrible poder del mal, del pecado, que mata a tantos inocentes. En ella contemplamos nuestra enorme capacidad de hacer daño e infringir dolor. Por eso, contemplar a Jesús en la cruz nos introduce en una de las tantas paradojas a las que Dios nos tiene acostumbrados. En el crucificado vemos el poder del mal y, al mismo tiempo, Dios hizo de ese terrible hecho, la expresión de un amor sin límites. Porque seguir amando, seguir perdonando cuando todo nos invita a lo contrario, es sencillamente sublime. De allí que, precisamente en la cruz, se nos revela el verdadero rostro de Dios, un Dios que es amor, cuya esencia, cuyo ser es amor, que no puede hacer otra cosa que amar, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos… Y este amor, nos desarma…

Por eso en el evangelio de Juan, se insiste en el núcleo de nuestra fe: «Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por Él». El Dios revelado en Jesús no es un juez implacable sino un padre/madre amoroso que ama con locura a sus hijos y es capaz de lo que sea por cada uno de nosotros.

Creer en esto tiene varias consecuencias. En primer lugar, si Dios no me juzga, ¿quién soy yo para juzgar a los demás? Si Él lo que desea es que todos (no solo los “buenos”, los “perfectos”) se salven, ¿quién soy yo para excluir a nadie? Si la esencia de Dios es el amor, ¿a qué Dios predico?, ¿de qué Dios habla mi vida?

Hoy se nos invita a contemplar al crucificado, a pedirle la gracia de llevar nuestras cruces, nuestros dolores y sufrimientos con amor. Se nos invita a no dejarnos vencer por el mal. Se nos invita a acoger su amor, un amor gratuito, inmerecido, desbordante. Y, fruto de esta experiencia, se nos invita a ser cada uno de nosotros el rostro amoroso y misericordioso de Dios para el mundo.

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