viernes , 29 marzo 2024

Comentario Evangelio 11 de Noviembre

¿Qué se puede aprender de los pobres?

Hna.Valentina Pérez Carrillo, sscc
Congregación Sagrados Corazones

La observación de Jesús, que percibe en esta mujer pobre y a la vez generosa, nos hace pensar en las muchas mujeres que viven situación parecida hoy en nuestro país, en nuestras poblaciones, en nuestros trabajos, y que están cerca de nosotros. Pero que gracias a nuestras prisas no nos dejan visualizar.

Esté Evangelio nos trae a la memoria el testimonio de  Santos y Santas de nuestra Iglesia, especialmente los recientemente canonizados en Octubre 2018.

Mártir Oscar Arnulfo Romero, nombrado por muchos “la voz de los sin voz”.

El contraste entre dos escenas es total. En la primera, Jesús pone  a la gente en guardia frente a los escribas del templo. Su religión es falsa: la utilizan para buscar su propia gloria y explotar a los más débiles. En la segunda, Jesús observa el gesto de una pobre viuda y llama a sus discípulos. De esta mujer pueden aprender algo que nunca les enseñaran los escribas: una confianza total en Dios y una generosidad sin límites. La crítica de Jesús a los escribas es dura.

Precisamente una de estas viudas va a poner en evidencia la religión corrupta de estos dirigentes religiosos. Su gesto ha pasado inadvertido a todos, pero no para Jesús. La pobre mujer solo ha echado en el arca de las ofrendas  dos pequeñas monedas, pero Jesús llama enseguida a sus discípulos, pues difícilmente encontraran en el ambiente del templo un corazón más religioso y más solidario con los necesitados.

No nos equivoquemos. Estas personas sencillas, pero de corazón grande y generoso, que saben amar sin reserva, son el  mejor testimonio que nos puede enseñar gestos concreto de cercanía  a la persona de Jesús… a su Palabra, ellas/ellos son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Nos mantienen vivo el Espíritu de Jesús, que engrandece nuestra fe, actitudes que nos  ayudan a descubrir un Jesús más humano y  hacer un mundo más humano.

La escena es conmovedora. Una pobre viuda se acerca calladamente a una de las alcancías  colocadas en el recinto del templo, no lejos del patio de las mujeres. Muchos ricos están depositando cantidades importantes. Casi avergonzada, ella echa sus dos moneditas de cobre, las más pequeñas que circulan en Jerusalén.

Su gesto no ha sido observado por nadie. Pero frente a las alcancías  está Jesús viéndolo todo. Conmovido, llama a sus discípulos. Quiere enseñarles algo que solo se puede aprender de la gente pobre y sencilla. De nadie más. Enseñanza que no encontramos en los libros, ni en las teologías más esplendidas.

Jesús lo ve de otra manera: “Esta pobre viuda ha echado más que nadie”. Su generosidad es más grade y autentica. “Lo demás han echado lo que les sobra”, pero esta mujer que pasa necesidad, “ha echado todo lo que tiene para vivir”.

En las sociedades del bienestar se nos olvida lo que es la “compasión”. No  sabemos lo que es “padecer con” el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas. Los demás quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno se ha instalado en su cómodo mundo de bienestar, es difícil “sentir” el sufrimiento de los otros. Cada vez se entienden menos los problemas de los demás.

Cada uno busca su propio bienestar luchando incluso despiadadamente contra posibles competidores. Cada uno  busca la fórmula más hábil para pagar el mínimo de impuestos. No es fácil recuperar “las entrañas” ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha instalado en su pequeño mundo de bienestar. Mientras solo nos preocupe como incrementar la cuenta corriente o hacer más rentable nuestro dinero, será difícil que nos interesemos realmente por los que sufren. Sin embargo, como necesitamos conservar la ilusión de que en nosotros hay todavía un corazón humano y compasivo, nos dedicamos a dar de “lo que nos sobra”.

Qué duras  nos resultan las palabras de Jesús alabando aquella pobre viuda que acaba de entregar sus monedas: “Los demás han dado lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Sabemos dar lo que nos sobra, pero no sabemos estar cerca de quienes tal vez necesitan nuestra compañía o defensa. Damos de vez en cuando nuestro dinero, pero no somos capaces de dar parte de nuestro tiempo o nuestro descanso. Damos cosas, pero rehuimos nuestra ayuda personal.

Los pobres son para la Iglesia lo que fueron para Jesús: los preferidos, los primeros que han de atraer nuestra atención e interés, ojala esto no sea teoría, sino realidad. Que no sea cuestión de idea, sino de sensibilidad ante el sufrimiento de los débiles. La cuestión es saber qué lugar ocupan realmente en la vida de la Iglesia y de los cristianos. Tema para nuestra reflexión personal.

Una de las aportaciones más valiosas del evangélico al hombre y mujer contemporáneo es la de ayudarnos a vivir con un sentido más humano en medio de una sociedad enferma de “neurosis de posesión”. El modelo de sociedad y de convivencia que configura nuestro diario vivir  estás basado no en los que cada persona es, sino en lo que cada persona tiene. Lo importante es “tener” dinero, prestigio, poder, autoridad… El que posee esto sale adelante y triunfa en la vida. El que no logra algo de esto queda descalificado.

Las personas se acostumbran a valorarse a sí mismas por lo que poseen. Y, de esta manera, corren el riesgo de irse incapacitando para el amor, la ternura, el servicio generoso, la ayuda solidaria, el sentido gratuito de la vida.

Por eso cobra especial relieve ennuestros días la invitación de Jesús a valorar a las personas desde sucapacidad de servicio y solidaridad. La grandeza de una viuda se mide enúltimos término no por los conocimientos que posee, ni por los bienes que haconseguido acumular, ni por el éxito que ha podido alcanzar, sino por lacapacidad de servir y ayudar a otros a vivir de manera más humana.

Que valida en nuestro tiempo es esta reflexión de Págola: Cuántas gentes humildes, como la viuda del evangelio, aportan más a la humanización de nuestra sociedad con su vida sencilla de solidaridad y ayuda generosa a los necesitados que muchos protagonistas de la vida social, política o religiosa, hábiles defensores de sus intereses, su protagonismo y su posición.

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