Para la Vida Religiosa, esta celebración cobra un significado profundo en el contexto de la fase de implementación del proceso sinodal. Estamos llamadas/os a ser signos proféticos de comunión, participación y misión.
La Eucaristía, misterio de unidad y entrega, nos convoca a vivir la sinodalidad desde lo más profundo de nuestra vocación: compartiendo el pan de la Palabra y de la vida, caminando con el Pueblo de Dios, y sirviendo con alegría a los más pobres y vulnerables.
Que el Pan partido nos impulse a ser fraternidad en movimiento, sembradoras/es de esperanza y artesanos de comunión.