A nuestros queridos hermanos y hermanas de la Iglesia que peregrina en Antofagasta:
Queremos compartir con ustedes, como religiosos y religiosas, en Antofagasta, nuestro sentir ante las expresiones de descontento de muchos hijos e hijas de nuestra tierra chilena en distintas partes del país. Son muchos los escenarios de insatisfacción, ante la gran brecha que se ha ido creando en nuestra nación, donde unos tienen mucho y otros muy poco o nada, donde unos ganan mucho dinero y a otros no les alcanza para vivir, donde la educación es desigual, la salud continúa sin ser un bien público, la seguridad social es insuficiente y la posibilidad de trabajo merma día a día, etc. Por ello ha brotado una rabia y desencanto contenido desde hace 30 años de vida democrática. Todos somos de algún modo responsables por no haber expresado antes lo que iba causándonos descontento. Por ello queremos comenzar este manifiesto reflexivo con las palabras que un día escribió Juan XXIII: “La paz entre todos los pueblos ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad.”
Como seguidores de Jesús estamos llamados a encaminar esto con todas nuestras fuerzas y la gracia del Espíritu Santo. Procuremos trabajar en un cambio de visión de nuestro Chile que no reduzca todo a una cuestión meramente económica; pues los conceptos y modelos económicos fueron desarrollados en un mundo «vacío», y que no ha tenido en cuenta “la Imago Dei”, pues Dios creó a cada persona a su propia imagen. Por tanto todas las personas tienen un valor y una dignidad inestimables ante Dios y merecen honor, respeto y protección. Todos han sido creados por Dios y para Dios. Si queremos crear una prosperidad sostenible, si buscamos «mejorar el bienestar humano y la justicia social, reduciendo significativamente los riesgos ambientales y la escasez ecológica y el derecho de proteger la creación que es la Casa común de todos, vamos a necesitar una nueva visión nacional para abrirnos a una economía que se relacione con el resto del mundo, una economía solidaria, del bien común, donde aprendamos a compartir, a solidarizarnos con los que no tienen porque todos somos hijos e hijas de Dios.
Las sociedades deben establecer leyes para corregir las injusticias que se han impuesto a través de modelos sociales, económicos y políticos injustos. La mejor forma de trabajar como cristianos es a través de una verdadera justicia social reparatoria, que parte desde nuestros hogares, entre vecinos y en las distintas instituciones que tenemos como nación. El tema que aflige a nuestro país es de justicia social, el hilo conductor debería, ser la “justicia de Dios”. Por ello nos interpela la súplica de la viuda ante el juez injusto en el evangelio de Lucas 18, como se va repitiendo la expresión “hacer justicia”. Dice la viuda al juez: “¡Hazme justicia!” (18,3). Luego reflexiona el juez: “Voy a hacer justicia” (18,5). Pregunta Jesús: “¿Dios no hará justicia?” (18,7). Y él mismo Jesús responde: “Hará justicia pronto” (18,8). Oremos en súplica humilde y constante, con un eco profundo las palabras de Jesús, “Hará justicia pronto”. Les animamos a que en cada iglesia cristiana, parroquia, capilla, y en cualquier lugar formemos cenáculos, grupos de intercesión. Hoy necesitamos orar con las puertas abiertas, intercediendo e invitando a todos, las mujeres y hombres que deseen clamar al Padre Dios por justicia en nuestro país.
Para construir un Chile pacífico y lograr el desarrollo integral de cada chileno/a y de cada hermano/a que vive en este suelo, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos; repudiamos cualquier atropello a los derechos humanos y nos unimos con dolor a todos los chilenos y chilenas que han sufrido la violencia, y la violación de sus derechos, que en distintos enfrentamientos, han sido heridos, torturados y otros muertos en estos días de movilización.
No renunciemos a nuestro derecho de manifestarnos, de dar nuestra opinión, fomentemos caminos de diálogo, a través de cabildos, foros abiertos y otros, apoyemos estos espacios de ciudadanía desde nuestros valores evangélicos.
La manifestación es un derecho, así lo creemos como cristianos, pero debemos hacerlo en forma pacífica, porque somos personas que a diario hacemos país y sociedad con lo mejor de nuestros brazos y fatiga. Aunque sea arduo, y problemático, hagamos un esfuerzo por confiar en las instituciones, ellas son parte de nuestra sociedad, y con este estallido social, no venimos a destruirlas, sino a darles un respetuoso vuelco y transformación.
Con humildad, respeto y compromiso con el bienestar de nuestro pueblo queremos decirle a todos los poderes del Estado y fuerzas de orden, que las estructuras sociales, políticas, culturales de una nación, no están para sostener un sistema económico que perpetúe la brecha de desigualdad y la fractura que hoy presenciamos. Este sistema ha creado un “ser humano económico” que despliega sólo rendimiento y eficacia y con ello, lo ha despojado de su sentido de trascendencia. Es urgente que busquemos en conjunto valores más fraternos, solidarios, verdaderos y trascendentes.
Como cristianos y cristianas, sabemos que la violencia no constituye jamás una respuesta justa. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano.
La promoción de la verdadera paz es una expresión de la fe cristiana, por eso tengamos presentes estas Palabras de Jesucristo: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!” (Jn 14,27)
Que el Señor que da la Paz, les dé paz en todo lugar y en todo tiempo, y los acompañe siempre.
CONFERRE ANTOFAGASTA
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