domingo , 28 abril 2024
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Comentario Evangelio 31 de Diciembre

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
Lc. 2, 16-21

Hno. Hernán Cabrera B.
Marista

Hágase en mí, de corazón, la voluntad de mi Señor.
“Que se cumplan en mí cada día los sueños de Dios”.

Villancico español

Situemos esta hermosa Fiesta en la historia y en la liturgia, pero también en la experiencia personal de amor a nuestra Madre.

Después de celebrar la Navidad, la Iglesia concluye la octava de Navidad honrando a María bajo su mayor título, Madre de Dios. De su Maternidad divina dependen todas sus prerrogativas. María es declarada Madre de Dios en el Concilio de Éfeso, 431, Celestino I. Que es concebida sin pecado original en la Bula Ineffabilis Deus, 1854, Pío IX. Que es virgen toda su vida en el Concilio de Letrán, 649, Martín I. Y el Catecismo de la Iglesia Católica, en su párrafo 509, nos dice: “María es verdaderamente “Madre de Dios” porque es la madre del Hijo eterno de Dios hecho hombre, que es Dios mismo”. El Papa Pío XI en el XV centenario del Concilio de Éfeso, instituye la Fiesta Mariana para el 11 de octubre recordando el momento histórico y espiritual en el que se proclama solemnemente a María Madre de Dios. Luego del Concilio Vaticano II se traslada la Fiesta al 1 de enero con la categoría litúrgica de solemnidad  y con el título de Santa María, Madre de Dios. María es verdaderamente madre, pues engendra en su seno a Jesús y lo educa como toda madre contribuye a la formación del hijo de sus entrañas.

Pero, además, María, es madre nuestra, es madre mía. De una experiencia espiritual en este verano romano nacen estas palabras muy sentidas de hijo…

¡Qué cosas te diría, Madre, en esa casita de Nazaret!
¡Qué cosas me dirías, Madre, allí, en ese cielo de casita…!

Me enseñarías el amor y a cantar.
Me dirías que las noches traen estrellas al cielo
y yo te diría que “Tú eres mi cielo”, todito entera.
Tomarías mi mano y dejarías tu regazo abierto a mi abrazo
y yo te robaría un beso de mieles de esa mejilla de soles.
Reposaría mansamente en tu falda y oiría tu latir de Dios,
tú acariciarías amorosamente mi rostro
y yo soñaría plácidamente eternidades de gozo,
contándote quedamente al oído mi secreto de niño:
“Que quiero vivir para Dios y llevar a otros a Él!.
¡”Afina oído y corazón”! me enseñarías sabiamente
siguiendo tu lección de aquella mañana de Anunciación…

¡Madre Buena, mis sueños aprendidos en Nazaret
no han sido sólo sueños sino pura realidad!
¡Si se parece a su madre”, dicen,
y se me entibia de orgullo el alma!

¡Cuánto amor generosamente derramado en tu nombre
en mis azules horas infantiles, adolescentes, a estos años!
¡A cuántos niños les he contado y cantado tu hermosura!
¡A cuántos jóvenes les he mostrado tu amor limpio
de amaneceres y tu mirada serena de atardeceres!
¡A cuántos he enseñado que las palabras más bellas
y realmente auxiliadoras nacen con frecuencia
de un silencio impregnado de amor,
de sufrimiento como el tuyo!

Si para poder vivir de veras,
¿No es preciso haber desesperado una vez en la vida?

¡María, sólo tú has sabido la hondura y anchura de mi dolor
y también la altura y profundidad de mi gozo!
De ti he aprendido todo, allí, en tu sencilla escuela nazarena,
a pleno sol de mis años jóvenes y ya en estos atardeceres de vida…
¡Si toda mujer tiene tanto de Dios por ser mujer y madre,
cuánto tú, Madre del Amor hermoso y de Dios!

¡Qué cosas te diría, Madre, allí, en esa casita de Nazaret…!
¡Qué cosas me dirías, Madre, allí, en ese cielo de casita…!

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