Puertas abiertas:
H. Alejandra Cortez Espinoza
Religiosa de María Inmaculada
Para los amigos y amigas, el dolor de perder al maestro, en quien habían puesto todas sus esperanzas, les invade de tal manera, que el miedo y el encierro ceden ante un mensaje valiente, expansivo y lleno de vida como es el de Jesús. Cuando él no está todo se vuelve oscuro, y ciertamente continúa siendo así para nosotros, los que seguimos caminando tras sus huellas como religiosas y religiosos en el siglo XXI.
Las puertas cerradas, sin embargo, no son un obstáculo para Jesús, porque ayer y hoy se pone en medio de nosotros y nos recuerda que él es la paz, que está vivo y que nos envía a anunciar la buena noticia, pero… ¿Cómo hacer un anuncio cuando hay candados en el corazón o en nuestras comunidades? Las puertas cerradas nos impiden dejar entrar al Espíritu, y nos adormecen frente a lo que ocurre en nuestro mundo.
A veces, parece que es mucho más cómodo plantear nuestra vida religiosa desde el miedo a “decir o hacer algo novedoso”, que implique el riesgo de entrar en diálogo con la cultura actual, porque tal vez, (se piensa o cree por algunos), podríamos contaminarnos, pero… ¿acaso nuestro Dios tuvo algún reparo en abrir sus puertas para dialogar con el ser humano?, más aún, Jesús estaba totalmente abierto para aprender e interactuar con los demás, porque es una paradoja hablar de evangelización cuando ponemos barreras y no amamos la realidad del mundo de hoy.
Celebramos el domingo de la misericordia, y también la pascua del Papa Francisco, un hombre que supo aplacar los miedos que seguramente también sintió, para abrir las puertas cerradas de la Iglesia al viento fresco del Espíritu que siempre sopla, pero que requiere de nosotros para llegar a todos los rincones y a toda la humanidad.
“Jesús, es el Señor del riego, del siempre más allá”, les decía el Papa a los jóvenes en Cracovia. Bien nos vendría recordar que la vida religiosa en su esencia tiene esta impronta misionera, profética, de jugarse el todo por el todo por un mensaje que nos quema por dentro y ante el cual no podemos resistirnos, como no lo pudieron los profetas de antaño y tantos otros a lo largo del tiempo, que asumieron los riesgos propios de ser discípulos.
En nuestro continuo obrar, como religiosos y religiosas, Jesús se sienta y comparte con los débiles, los pobres, los jóvenes, los ancianos, los desanimados y todos aquellos que necesitan una palabra de vida, pero sólo lo hacemos desde el Señor, cuando nuestros corazones están abiertos, sin cerrojos, como diría Francisco, cuando hay espacio para “todos, todos, todos”.
