Hno. Tomás Villalobos Herrera
Clérigos de San Viator
El pasaje del Evangelio que la Iglesia nos invita a proclamar, meditar y vivir este domingo es el de Jesús calmando la tempestad (Mc 4, 35-41). Es una escena que nos anima a leer en clave de fe las dificultades que podamos estar atravesando.
En primer lugar, como seguidores y amigos de Jesús, no podemos olvidarnos de que es Él quien nos invita a ir a las “otras orillas” de nuestra realidad: dejar de lado la comodidad y atrevernos a asumir los desafíos de la misión evangélica. Miramos a la distancia y con profundo deseo la orilla de una Iglesia más fiel al mensaje del Maestro, la orilla de una política que busque verdaderamente la justicia y la paz, la orilla de una comunidad humana que atienda a los más débiles y necesitados al mismo tiempo que cuida la “casa común”.
Sin embargo, no podemos limitarnos a esas nuevas y necesarias orillas eclesiales, políticas y sociales. El Evangelio también interpela la propia vida, lo que nos exige reconocer cuáles son las nuevas tierras a las que Jesús nos quiere conducir a cada uno de nosotros. Para lograr cruzar debemos dejar atrás la tierra del egoísmo, el rencor, la superficialidad, la corrupción, la indiferencia y -en general- la tierra del pecado en todas sus dimensiones.
Pero ese viaje no está exento de dificultades ¿Por qué, si Jesús va con nosotros, a veces sentimos que estamos navegando sin rumbo y con el riesgo de naufragar? ¿Es que acaso el Señor se olvida de nosotros y no le importa que nos podamos hundir? La sensación de fragilidad y miedo en esos momentos complejos es real y llega hasta lo más profundo de nuestro ser, logrando no sólo cuestionar la vocación particular o la fe, sino incluso el sentido de nuestra existencia.
Aquí es donde la actitud de aquellos discípulos nos muestra cuál debe ser hoy nuestra respuesta frente a los momentos de tempestad : recordar que no vamos solos en la barca, que la gracia del Señor nos acompaña y que basta con “despertar al Maestro” para que nos ayude a mantenernos a flote y en rumbo hacia la otra orilla. Actualmente experimentamos su presencia en los sacramentos, en las Sagradas Escrituras, en la oración, en las obras de misericordia y en otras tantas formas en que Cristo ha decidido quedarse con nosotros para entregarnos su amor fiel e incondicional.
Despertar a Jesús es volver a descubrirlo en nuestras vidas y aferrarnos a Él, reconociendo que en el pasado nunca ha dejado a la deriva esta embarcación llamada Iglesia y que tampoco hoy la dejará naufragar.
