Hermana Alejandra Cortez
Religiosas de María Inmaculada
Intento imaginar la profunda conmoción que habrá sentido Jesús en los últimos momentos de su vida, afligido por la inminencia del final… y ello me lleva a recordar gestos de personas amadas en momentos de dolor y vulnerabilidad, cuando perciben lo finito de la vida, y se dan cuenta que el contacto con los más cercanos invita a abrir el corazón a la expresión más transparente de lo que llevan dentro…Creo que esto es lo que vivía Jesús, y ese sentimiento se plasmó en la ternura con la que se dirige a sus amigos y discípulos: “hijitos míos”, y luego les ofrece lo más genuino que habita en su interior: El amor.
Es difícil entender, en tiempos complejos, esta llamada a amar que hace Jesús, no sé si tenemos claro, incluso nosotros, los discípulos y discípulas del Señor, lo que es amar, y aún más, amar con ese plus que implica asemejarse a su modo de amar.
Actualmente, vemos en las noticias una guerra que desgarra a una parte de Europa, y otras que hace décadas asolan el continente asiático, sin ir más lejos, nos enteramos cada día de los conflictos en el sur de nuestro país, y a veces nos da la sensación que son crisis tan enquistadas que no nos permiten si quiera vislumbrar una salida, sin embargo; Jesús nos da el mandamiento del amor, casi como una paradoja a la realidad que vivimos, pero es una paradoja o incluso una utopía que es capaz de llenar de vida el corazón humano, y eso es precisamente lo que a nosotros, como religiosos y religiosas nos ha cautivado: una voz diferente a las voces que pregonan división e injusticia, guerra y dolor; la voz de Jesús que nos llama “hijitos y también amigos”, interpelándonos a vivir desde el amor e identificarnos con su forma de amar.
¿Cómo amar en tiempos confusos y complejos, donde vemos y vivimos la división, no sólo en el contexto social sino también en nuestra Iglesia y comunidades? ¿Cómo hacer creíble nuestro amor de consagrados cuando sigue el flagelo del abuso habitando nuestros templos y espacios eclesiales? Ciertamente, nos enfrentamos a un desafío que nos obliga a poner la mirada en Jesús, desprendernos de todo aquello que ha ido ensombreciendo la claridad y belleza de su ejemplo, y tratar de revitalizar el seguimiento desde la coherencia con los votos pronunciados simplemente porque hubo un momento de nuestras vidas en que su amor nos sedujo y nos sentimos plenos en su plenitud.
Creo que si bien no hay duda de que son tiempos difíciles, también nos encontramos con una misión grande y hermosa de volver a lo esencial de nuestra fe intentando que el amor sea, en definitiva, el distintivo de nuestro discipulado. Tarea ardua pero llena de vida, como todas las invitaciones de nuestro maestro, esposo y amigo Jesús.