¿Quién dicen que soy yo?
(Mc 8, 27-35)
Hna. Sandra Henríquez, CM
Carmelitas Misioneras
Me acerco al texto desde la doble interrogante de Jesús a sus discípulos sobre su identidad. Primero, sobre la percepción que la gente tiene de Él; ¿Quién dice la gente que soy yo?, cuyas respuestas están totalmente referidas a profetismo, Él es un profeta, un enviado por Dios a anunciar un nuevo reinado. Segundo, pregunta dirigida al discípulo/a, a ese/a que comparte con Él travesías, comidas, descansos, vida cotidiana, oraciones, cuyos ojos han visto sus signos, a ellos, y hoy a nosotras/os nos dice: Y ustedes, ¿Quién dicen que soy yo? La pregunta es vital, obliga a responder desde lo más personal, a detenerse un rato, seguramente para hacer memoria del camino andado y volver al interior para reconocer aquello que ha quedado impreso después de un largo tiempo de caminar con el maestro.
Es Pedro el que nos da la pista del camino a seguir, tras su espontánea y reveladora respuesta Tú eres el Mesías, viene esta intervención pública de Jesús, obligándolo a cambiar de lógica, a pasar del pensamiento concreto afirmado en las obras, signos y prodigios, para adentrarse en la inteligencia del Espíritu, fundamental para el verdadero conocimiento de Jesús: Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. (Rom12,2). Renovar la mente para conocer y distinguir mejor quién es Jesús y no caer en respuestas generales que no provocan en nosotros ni en otros/as una verdadera adhesión.
Ahora bien, para que el seguimiento salga de su centramiento en el ego, es decir, del pensamiento acomodado al mundo presente, y pueda abrirse a las exigencias de la misión, es necesario un cambio interior que abra a la comprensión del Misterio Pascual que el mismo Jesús anuncia. Es una llamada a conocer cada vez con más hondura al que seguimos para, de verdad, proclamar el Reino que nos ofrece y acoger su invitación: El que quiera venirse conmigo…, tiene que estar libre de otros dioses, seguridades, honores, y tener un verdadero compromiso histórico por la justicia y la verdad.
Es el mismo Jesús quien establece los presupuestos del seguimiento discipular, negarse a sí mismo, es decir, salir de esa obstinada postura de creer que somos el centro del anuncio y que de nosotros/as depende la propagación de la Buena Nueva, y hacer un largo viaje al autoconocimiento humano/espiritual para cargar con la propia cruz, y estar dispuestos/as a perder la vida por Jesús y el Evangelio.
Finalmente, seguirlo es como un constante “nacer de nuevo”, cambiar de registro y recomenzar siempre por la interrogante; ¿Quién dices que soy yo?, buscar la respuesta en el interior, allí donde caldea la esperanza, y cómo no decirlo, también en el exterior donde los acontecimientos nos muestran a un Dios que sigue animando la esperanza, sosteniendo la fe y activando la caridad.
