La Transfiguración:
Una Luz de Esperanzadora En el Camino de La Cruz Para la Vida Consagrada Hoy
Hna. Claudia Lazcano C., MSsR.
Misioneras Redentoristas
La transfiguración es uno de los episodios en los cuales se nos revela la divinidad de Jesús. Un Dios que se encarna y se nos da en totalidad, un Dios que asume el sufrimiento con fidelidad y generosidad, esto porque este suceso se da después del primer anuncio de la muerte de Jesús (Mt 16,21), esta es una referencia para dejar ver el ánimo que predomina en el grupo de los apóstoles, hay desconcierto, lo que ellos esperaban del mesías y rey no es lo que Jesús les da a conocer con ese anuncio. Es época de convulsiones sociales, poderes exaltados, una sociedad fragmentada y desigual. Pudiéramos situarnos hoy como creyentes que viven contextos similares a los de antaño; envuelto en sombras de desaprobación por las faltas cometidas por algunos miembros de la comunidad, considerando cuál es nuestro rol en medio de una crisis social y eclesial que nos desnuda dejando ver los miedos e inseguridades que llevamos como testigos del evangelio. Generando pensamientos tan similares a los de los apóstoles preguntándonos que es más valido quedarnos en la masa, justificar la violencia si es por nuestros derechos o por deber, vociferando cual profeta sordo a la Palabra de Dios pero hábil en un mensaje que se asemeja más a un vendedor de humo que a la Palabra encarnada. Se necesita tomar distancia Jesús lo sabe, la fragilidad humana está al límite; el pensamiento y sentir de Dios no es igual que el del ser humano. Jesús tomo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Mateo nos sitúa en ese momento trascendental para Jesús y sus discípulos, en un espacio íntimo y de una riqueza espiritual sin igual, les prepara para vivir el misterio de la Redención. Jesús lleva consigo a los tres apóstoles quienes experimentan la revelación del Hijo de Dios en dialogo directo con su Padre, en una imagen en la cual se unen la ley (Moisés) y los profetas (Elías) esta escena brinda el camino trazado para la experiencia de todo creyente que busca madurar en la fe con el propósito de hacer la voluntad de Dios y ser pueblo fiel. La invitación de Jesús a apartarse y hacer experiencia de fe es vigente hoy. Nos invita a un monte elevado para que despejados de otras motivaciones podamos centrarnos en ÉL, en su gloría esa que penetra todo con la luminosidad de la verdad, esa que ilumina para mirar que mujer u hombre de Dios soy. Pudiera ser que en medio de la vorágine de tantos mesianismos y desesperanza por las heridas sin sanar, equivocásemos el andar y encandilados con una luz que no es Jesús nos hundiésemos en la profundidad de las sombras disfrazadas de claridad; luces que hablan de un poder soterrado. Ese que lleva a ejercer cuotas de poder de la cual antes se estuvo privado y creyendo que es el sentido del servicio actual conduzcan a la perdición de la propia fe. Creer que otros u otras lo han hecho mal es reflejo de esa opacidad que no deja entrar la única luz que nos puede transfigurar. Es paradójico queremos ser los verdaderos discípulos de Jesucristo y ejercemos las mismas prácticas de quienes nos precedieron en la vida de Iglesia y de la sociedad. Es necesaria la distancia para desaprender las prácticas heredadas: somos hijos e hijas de una historia y de ella hemos aprendido podemos justificar, disfrazar, mejorar los discursos, los cuestionamientos mesiánicos pero al igual que en la época de los apóstoles hay estructuras que se deben evangelizar y otras transformar. Si decimos que la vida eclesial esta empobrecida es porque la nuestra también vive esos vaivenes. Si se ha quedado muda es porque hemos silenciado a Dios, si nos falta vida es porque nos causa pavor la vida de Cristo en la cruz “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”
Los miedos y limitaciones se superan de cara a Jesucristo, Rey y Redentor nuestro. Contemplar su rostro transfigurado en la eucaristía por sobre la miseria humana es el salto cualitativo en el entendimiento de Gracia y pecado que necesitamos hacer. Dejar que la Palabra evangélica nos transforme en discípulas y discípulos de Jesucristo es permitir que su resplandor abra nuestros ojos reconociéndonos como iguales; hijas e hijos de Dios. Levántense no tengan miedo
No acomodarnos y atrevernos a cambiar es hacer la diferencia, es mirar un poco más arriba en la colina, allí se erige la cruz, esa que irrumpe en la oscuridad de nuestras pobrezas para guiarnos a la luz única que es este Hijo Amado del Padre muerto y Resucitado. Luminosidad que nos transfigura cuando pasamos de un yo a un nosotros, del individualismo a la comunidad. Luz resplandeciente que hace emerger la verdad, restaura la vida y sana sus heridas por sobre nuestras incongruencias, brindándonos vida en abundancia al servicio del Reino y de los predilectos de su corazón; los Pobres.
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