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Comentario Evangelio 07 de Marzo

Un Programa de Conversión Para la Vida de Hoy
Jesús y la Purificación del Templo (Jn 2, 13-25)

Hna. Claudia Lazcano Cárcamo
Misioneras Redentoristas

En este tercer domingo de Cuaresma el evangelista Juan nos narra como Jesús expulsa a los mercaderes del templo, un hecho que puede ser extraño en medio del mensaje pacificador que hasta ahora se nos había trasmitido de Jesús, un gesto tan humano, como es el enojo, nos viene a situar en la verdad de este Hijo de Dios que se ha encarnado. Jesús es la promesa cumplida para el pueblo de Israel, y para cada uno de nosotros es lugar de encuentro con el amor de Dios.

El episodio del Templo expresa toda la fuerza de la misión profética de Jesús que viene a poner fin a las prácticas añejas de las instituciones, reflejada en el templo de Jerusalén. Lugar que ya no cumple sus fines, es un antro de ladrones, comerciantes y se abusa en la exigencia de la limosna. En realidad, no hay conversión, no hay verdadero sacrificio y se busca comprar a Dios con una indiferente vaciedad, un simple mercantilismo de favores. Por ello Jesús se enoja e indigna ante la tergiversación del mensaje de Dios y lo expresa diciendo con fuerza y determinación “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”

La primera parte del programa de Jesús para ir al encuentro del Padre es vaciarnos de aquello que opaca, distorsiona y disfraza los valores del Reino. En ocasiones están tan enraizados los falsos mensajes que es necesario una fuerza distinta para sacar, limpiar y desalojar de nosotros y de nuestras instituciones las malas prácticas, o situaciones viciadas que nos llevan a tener una imagen desfigurada de Dios. Se hace urgente la gracia transformadora del Espíritu, que nos mueva desde la profundidad en el camino de conversión.

Un segundo paso en el programa de Jesús es, reconocer la responsabilidad que tenemos como pastores y pastoras de quienes nos han sido confiados. El Maestro conoce el corazón del ser humano. Él se da cuenta donde está la preocupación de los sacerdotes del templo y los líderes religiosos; están preocupados del cobro de la ofrenda, un abuso normalizado y exigido como signo de reconocimiento hacia ellos y no como sacrificio santo y sagrado para Dios. Hoy también Jesús conoce nuestro corazón. En esta época de movimientos y cambios, estamos llamados a ser mujeres y hombres proféticos, recordándonos que las instituciones o las estructuras no tienen vida en sí mismas. No son ellas las que envejecen, se corrompen o abusan de su estatus. Las personas que nos hacemos parte de ellas, somos quienes incurrimos en estos vicios, apartándonos del plan de Dios y convirtiéndonos en comerciantes, transando por baratijas la preciosa vocación de cristianos, consagradas, hijas e hijos de Dios.

Este evangelio relata y describe esta denuncia por parte de Jesús, como un gesto provocativo para los sacerdotes y mercaderes del templo. Los judíos exigen un signo como justificación a tal acusación y he aquí que surge la respuesta por parte del Hijo de Dios; “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Después de esta afirmación y en medio de la perplejidad nadie logra comprender la profundidad de estas palabras, ni judíos, ni discípulos. Hoy tampoco nosotros logramos reconocer la hondura o sentido de las palabras de Jesús. Solamente cuando se hace experiencia de cruz, de sepulcro y de resurrección se puede entender.

Progresar en el programa de conversión, requiere comprender la necesidad imperante de pedir la gracia al Espíritu Santo para que, vaciados de lo propio, reconociendo nuestros errores y dispuestos con humildad a escuchar a Dios, logremos descubrir la profundidad de la Palabra encarnada. Solos no podemos reestablecer está íntima y preciosa relación con el Padre Dios. Es necesario evocar la gracia bautismal, dejarse guiar por la gracia del Espíritu Santo. Es desandar el camino, retornar a casa, a sus brazos, a su corazón. Allí donde el Padre, el hijo y el Espíritu son uno. Allí donde se gesta el sentido auténtico y profético de la misión.  Decir sí, al plan de conversión a la manera de Jesús; es trascender a las estructuras antiguas, a esos templos que nos hemos fabricado y que nos van destruyendo. Desdibujar esa imagen de Dios que nos lleva a la indiferencia y acomodamiento es el desafío.

En medio de tantos espejismos mercantiles, confusiones ante las malas prácticas de nuestras instituciones y miedos a la muerte corporal, en tiempo de pandemia, no podemos olvidar que Jesús sabe lo que hay en el interior de cada persona y aun así nos ama profundamente; no aparta la mirada, no nos niega su palabra, al contario nos habla al corazón, nos remece para salir del sopor, del adormecimiento que nos paraliza y que empobrece nuestro envío. Pidamos con sencillez en este tercer domingo de cuaresma; la humildad para dejar que Jesús derribe y saque de nuestro templo interior todo aquello que no le permite a Dios transformarnos, y a nosotros ser mejores testigos del Evangelio.

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