jueves , 28 marzo 2024

Centenario de la Pascua de Carlos de Foucauld

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En la celebración del “centenario” de la Pascua de Carlos de Foucauld, compartimos  algo de su vida…

El Hermano Carlos de Jesús nació en Francia, en Estrasburgo, el 15 de septiembre 1858. Adolescente, pierde la fe. Conocido por su gusto de la vida fácil él revela, no obstante una voluntad fuerte y constante en las dificultades. Emprende una peligrosa exploración a Marruecos (1883- 1884). El testimonio de fe de los musulmanes despierta en él un cuestionamiento sobre Dios: «Dios mío, si existes, haz que te conozca ».

Regresando a Francia, le emociona mucho la acogida discreta y cariñosa de su familia profundamente cristiana, y comienza una búsqueda. «Yo me alejaba cada vez más de Ti, Señor. Toda fe había desaparecido de mi vida.»

Durante una peregrinación a Tierra Santa descubre su vocación: seguir Jesús en su vida de Nazareth. Pasa 7 años en la Trapa, primero N.S. de las Nieves, después Akbes, en Syria. Enseguida después, él vive solo en la oración y adoración cerca de las Clarisas de Nazareth.

Ordenado sacerdote a los 43 años (1901) parte al Sahara, primero Beni-Abbes, después Tamanrasset en medio de los Tuaregs del Hoggar. «Continuar en el Sahara la vida escondida de Jesús en Nazaret, no para predicar sino para vivir en la soledad, la pobreza, el humilde trabajo de Jesús» Quiere ir al encuentro de los más alejados, «los más olvidados y abandonados». Quiere que cada uno de los que lo visiten lo consideren como un hermano, «el hermano universal». El quiere «gritar el evangelio con toda su vida» en un gran respeto de la cultura y la fe de aquellos en medio de los cuales vive. «Mi apostolado debe ser el de la bondad. Que viéndome se pueda decir: “Si tal es el servidor, ¿como entonces será el Maestro…?»

Así él mismo sintetiza su vida: “Yo perdí el corazón por Jesús de Nazaret…y paso mi vida tratando de imitarlo. El que ama, quiere identificarse con el ser amado, ese es el secreto de toda mi vida”.

Él viene de la alta burguesía francesa, y se formó en un ambiente intelectual y militar… Su crisis, lo llevó a despilfarrar fortunas en fiestas y diversiones… Su conversión lo llevó a ser monjes en Siria, jardinero de las Clarisas en Nazaret, y después ermitaño en el desierto del Sahara argelino, donde comparte su vida con la población nómada, despreciada, marginada, temida…y allí vive solo, tratando con toda su vida hacer amistad con ellos, los Tuareg. Muere solo, en el atardecer del 1° de Diciembre 1916, matado por una banda que rodeó la casa.

Él había escrito: «Cuando el grano de trigo caído en tierra no muere, permanece solo. Si muere, trae mucho fruto. Yo no he muerto, también yo estoy solo… Rogad por mi conversión a fin de que muriendo traiga fruto». 

Hoy hay 21 familias religiosas que lo han tomado como inspirador de su vida, entre religiosas/os, laicos y  movimientos…en la Iglesia. Es porque se ha enamorado de Jesús, que descubre que en Él, Dios se pierde, se vacía, se hace limitado como un hombre, y un hombre pobre. Su conversión lo lleva a buscar incesantemente. Busca la Trapa, busca ser ermitaño, busca el desierto…

Esa búsqueda gira alrededor de una pregunta: ¿Qué quieres de mí? ¿Cómo responder? ¿Qué debo hacer? Y poco a poco fue descubriendo el absoluto de Dios en la carne humana de Jesús de Nazaret.

Pero: ¿Cuál es el rostro de Dios, que lo seduce, y lo lleva a vivir como Él? ¿Cuál es la página del Evangelio que trasformó y trastornó su vida? Él nos dice que es esta: “Lo que hicieron al más pequeño de mi hermano, a mí me lo hicieron. ¿Cómo no esforzarnos a amar a Jesús en los más pobres?»

Quiere vivir con ellos, relaciones de amistad, como hermano, como hermanito, ser cercano, y se dedica a aprender ese difícil idioma para hablarle del Evangelio en su propia lengua, a querer aprenderlo sobre todo para captar lo que ellos le tienen que revelar de Dios…y los Tuareg, ¡¡¡son musulmanes!!! convencido de que el otro, vive y dice de Dios, lo que a él le falta conocer.

No busca convertir a nadie, su tarea es convertirse él mismo a Jesús que vive en los relegados y postergados y por ellos, dejarse evangelizar…Le gusta decir “los pobres son nuestros maestros”. Su conversión lo lleva a descubrir a Dios como absoluto. Dice: “Apenas descubrí que existía un Dios, me di cuenta, que no podía hacer otra cosa que vivir únicamente para Él”. Esto es lo que justifica la continua búsqueda de la voluntad de Dios.

La dimensión contemplativa que el Hno. Carlos que no encontró en la Trapa, ni haciéndose ermitaño, sólo la encontró al hacerse “próximo del otro” como consecuencia de sus largas horas de adoración Eucarística.

A veces pensamos que la contemplación se puede vivir solo en los monasterios. Esto es una manera de empobrecer la contemplación.

Para el hno. Carlos esa contemplación, lo lleva a meterse en el corazón del mundo, porque es ahí que encontraba a Dios.

Una vida mesclada con la gente pobre solo se sustenta a largo plazo por gente mística, en el sentido fuerte y profundo de la palabra.

Esa proximidad del Señor Encarnado será la pasión del Hno. Carlos. Es donde él va aprendiendo que Dios, sólo es Dios en Jesús de Nazaret como próximo, como cercano, como pequeño, y por lo tanto al revés de lo que pensamos, se encuentra donde nosotros no lo iríamos a buscar.

Él fue uno de los profetas de nuestro tiempo que “gritó el Evangelio con la Vida”. 

Muchos lo conocen por su “Oración de Abandono” que es la oración común a todas y todos aquellos que siguen a Jesús de Nazaret tras las huellas de Carlos De Foucauld.

No ha sido escrita tal como la conocemos: Ha sido tomada de una meditación más amplia, escrita en 1896, en la cual, buscaba entrar en la oración de Jesús crucificado:

Padre mío,
Me abandono a Ti
Haz de mí lo que quieras.
Lo que hagas de mí te lo agradezco,
a todo estoy dispuesto,
lo acepto todo.

Con tal que Tu voluntad se haga en mí
y en todas tus criaturas,
no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en Tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en Tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque Tu eres mi Padre.

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