jueves , 25 abril 2024
un recorrido territorial mujera al alba

Un recorrido territorial con las mujeres del alba, hoy

Rememorar las Mujeres del alba es hacen aclarar los días que pintan
esperanza con ritualitos que tiene los territorios para vivir.

Mónica Benavides, HDV
Columna Editorial

En días anteriores fui invitada por colectivos de mujeres a caminar un territorio donde había sido asesinado un líder socioambiental.

Así que, muy de madrugada acudimos al lugar de la juntanza, mientras nos esperamos, conversábamos sobre lo sucedido y nos estremecía lo acontecido. Una vez, reunidas las convocadas, emprendimos nuestro caminar por el territorio. De pronto, en el ejercicio de caminar con otras fuimos pasando del murmullo al silencio y a la escucha sororal del territorio. En la medida que avanzábamos algunas mujeres comenzaron a liberar el recuerdo, la palabra, y la pregunta por la falta de garantías para simplemente vivir, así, con dignidad.  Paramos en los lugares de vida del líder social e hicimos memoria de su trabajo, de sus sueños, de sus luchas, nos sostuvimos con nuestras miradas y con nuestros pasos, luego, con reverencia continuamos la andadura.

Cuando llegamos al lugar de los hechos, nos detuvimos para dar espacio al relato. Contemplamos el lugar del miedo, del dolor, de la tristeza, de la incertidumbre, de los nervios tensos, de la voz contenida, de sensaciones de escalofrío. Allí, en un acto de reivindicación permitimos que nuestros cuerpos liberaran gestos de solidaridad y de reconciliación. Seguimos avanzando y llegamos a la casa, a aquel nicho donde junto a su familia había tejido relaciones territoriales de cuidado, de vida donada, de amor vivido sin medidas. 

Aquí, las mujeres nos apresuramos a vestir un altarcito del lado de afuera de la casa. La callecita empedrada fue cómplice de nuestros sentidos sagrados de la vida. Colgamos y sujetamos en una de las paredes de la casa hecha de bambú, un mural grafiado: “mujeres creando territorios libres y en paz”. Se adornó con los bienes que abrigaban el lugar, hojas, plantas, frutos, herramientas con las que se materializan las prácticas cotidianas del territorio. Algunas mujeres habían llevado velas, aguas, perfumes o tejidos. Otras ofrecían su palabra sanadora, consejos, abrazos, trenzar cabellos, sorotrueque, masajes con oleos perfumados, su esposa atendía la chagra y un banco de semillas. Todos estos signos nos resucitaron como cuerpos de vida que devolvían la esperanza en aquel lugar.

Mientras tanto, las mujeres del lugar, contenedoras de memoria ancestral, nos urdieron a las raíces del territorio, en torno a la tulpa. Nos compartieron sus saberes con sabores mezclados al calor de la olla comunitaria. Nos nutrieron con su soberanía alimentaria, es decir, con semillas que ellas mismas habían cultivado y cosechado siguiendo las tajadas de la luna, en sintonía con los ciclos de la Madre Tierra. Luego nos convidaron alimentos envueltos en hojas, recordándonos la sana atención y cuidado con la Pachamama. Así celebramos la pascua, en comunión, bajo la complicidad del universo y con la presencia del vecindario que nos acogió. 

Finalmente se pasó al espacio del canto y de la siembra de árboles para recordar a los seres amados, tejiéndolos en el ecosistema de cohabitación… fue muy lindo ver como los niños se volvieron de forma inédita los principales protagonistas. Ellos se convirtieron en sembradores de alegría, en los guardianes del territorio, ya que renovaron el círculo del tejido de la vida e invitaron a abrazar con sencillez y coraje los desafíos de la existencia. 

De esta manera, al final del día, nos hilvanamos como biomas ecohumanos dentro de un territorio que es el significante y el significado de las comunidades, donde se cohabita bajo un mismo latir y se dibuja una cosmoexistencia sostenible y palpitante.

Esto me llevo a sentipensar que los territorios nos evangelizan, porque son sencillamente así,  

los ritualitos que tienen los territorios para vivir
para vivir sagradamente
para biendecir
para caminar acuerpamientos
para desanudar tensiones
para trenzar relaciones de cuidado
para cocinar espacios de buenvivir
para sentirse retoñar
para accionar la palabra como acto político de reexistencia
para desalambrar los lugares comunes.
Para resurgir desde la fuerza del tejido sorofraterno.
Para vivir de comunión. 

Este caminar me condujo a rememorar a las Mujeres del Alba propuestas en el Horizonte Inspirador de la CLAR. La vivencia evocó en mí el Reino de Dios, un Reino que crecer desde abajo, en la reciprocidad, en la circularidad de dones, en aquel saber estar en projimidad restauradora.

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