miércoles , 16 julio 2025
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Comentario Evangelio 08 de Mayo

CUARTO DOMINGO DE PASCUA
EL BUEN PASTOR
(Jn 10, 27-30)

“Los consagrados estamos siempre llamados a agudizar los oídos
del espíritu para escuchar el susurro de Dios”

Fr. Lino Miranda C., OFM.
Parroquia de la Natividad del Señor / Navidad
Conferre Zonal Diócesis San José de Melipilla

Este domingo estamos ante un ícono significativo para la vida de los cristianos como es la imagen que Jesús se atribuye: la del Buen Pastor, quien cuida y protege a sus ovejas.  Esta imagen define clara y didácticamente la relación que Jesús entabla con sus discípulos, en este proyecto de amor y de justicia que es el Reino. 

Todos están llamados a participar de este Reino cuya plenitud está en la persona del Hijo, Jesucristo, quien viene a dar a conocer este sueño de Dios para todas las creaturas, pues el Padre, que es una sola cosa con Él, se las ha confiado, y nadie podrá arrebatárselas ya que es su Voluntad que estas ovejas escuchen y sigan al Hijo, pues así tendrán Vida Eterna.

El texto de Juan nos sitúa en el tenso encuentro entre Jesús y los judíos asistentes al Templo de Jerusalén, en la fiesta de la Dedicación, quienes piden una señal concreta de manifestación de que verdaderamente es el Mesías. Jesús les exhorta a que vean lo que ha hecho en medio del pueblo: sanar, expulsar demonios, perdonar pecados, predicar el amor y la justicia, signos de reparación de aquello que el pecado había destruido. Los judíos, y principalmente los fariseos, se resisten a creer en la bondad de Dios manifestada en las obras de Jesús, las cuales no ven y mucho menos escuchan sus Palabras de Vida Eterna; por esto insiste Jesús que las ovejas que son de su redil tienen estas características: son capaces de escuchar profundamente el mensaje de amor de Jesús, y transformados por esta buena noticia el siguen y le pertenecen, a diferencia de ellos.

Sólo quien escucha atentamente la voz de Jesús es capaz de reconocer a Dios y por lo tanto entra en una relación íntima y profunda con este Pastor que cuida, protege y conduce.  Nuestra vida religiosa en todas sus expresiones en el caminar de la Iglesia ha surgido a partir de la escucha atenta a Jesús que nos habla desde el Evangelio; nuestro hermanos y hermanas fundadores sin duda, agudizando el oído, escucharon cómo el Señor les habló en el camino, haciendo arder sus corazones para vivir unidos a él y desde él compartir esa experiencia de vida que llevó a otros a sumarse y seguirles.  La imagen del Buen Pastor es para nosotros, los religiosos, una imagen que nos invita a la escucha atenta, a la respuesta generosa y a la pertenencia fraterna comprometida, para ser signo para los demás.

Para una escucha atenta, los consagrados estamos siempre llamados a agudizar los oídos del espíritu para escuchar el susurro de Dios, manifestado de tantas formas (desde los acontecimientos más extraordinarios de la vida personal como también eclesial, o bien desde los actos sencillos y simples de la cotidianidad) llamándonos a seguirle.  Nuestra respuesta generosa significa, entre varias sin duda, la disponibilidad para fomentar nuestra fidelidad a Dios, nutrida por su búsqueda constante en la oración/contemplación y en la misión/evangelización que revitalizan  nuestra forma de vida siempre; en nuestra formación permanente, dejándonos iluminar por la realidad misma, como también desde tantas instancias formativas que tienen nuestros institutos y la misma Iglesia local donde estamos insertos (lecturas, estudio, capacitación, aggiornamento, etc.).  Y por último, como decía, la imagen del Buen Pastor nos invita a “pertenecer”; a ser parte de un rebaño, donde todos tenemos cabida, donde cada uno, desde su individualidad es “constructor” de unidad y de crecimiento del Reino.  A diferencia de  los judíos,  especialmente los fariseos y los sumos sacerdotes quienes perseguían en su rol de “pastores” generar un pueblo cerrado y estructurado con leyes sin espíritu,  Jesús quiere constituir un rebaño,  un redil que no es una masa, o un grupo sin rostros ni nombres, sino una gran familia, una comunidad, una fraternidad con historias, con personas que valen cada una por sí misma y que comienzan, al unirse a él, un gran camino de confianza y de amor mutuo, pues el Buen Pastor conoce a cada una de sus ovejas y ellas escuchan su voz y le siguen.

Debemos seguir perseverando en la animación para que en nuestras fraternidades religiosas nunca se deje de fomentar el espacio contemplativo para escuchar la voz del Señor que nos invita a vivir y así dar una respuesta genuina y actual, en fidelidad, para sentirnos parte de una gran familia que se cuida y se protege a imagen de este Buen Pastor que nos llama por nuestro nombre. Desde esta disposición de unión con el Buen Pastor también podemos salir a compartir la vida y vocación con los demás, oportunidad tan necesaria hoy en día cuando hay deseos de pertenecer, de cuidar y de animar, ser rostros concretos de una Iglesia que abre sus brazos, como una madre, para amar. 

Nuestra vida religiosa está inserta en diversas realidades y desde allí estamos llamados a compartir lo que hemos visto y oído: Jesús ha Resucitado.  El Buen Pastor nos sigue hablando en el camino, por nuestro nombre, porque nos conoce, sabe de nuestros avances y retrocesos, de nuestras fortalezas y pecados tanto individuales como institucionales; el Buen Pastor nos sigue hablando a renovar nuestro sentido de pertenencia a este redil, la Iglesia, al cual hay que darle nuevos rostros e historias, muchas de ellas separadas y rechazadas por los fariseísmos estructurales existentes en nuestra forma de vida.  La voz del Buen Pastor nos renueva y nos impulsa al gran desafío de seguir construyendo este Reino; no nos cansemos de oír su voz.

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