“Asumir nuestra verdad y en ello, somos liberados para amar”
Juan 8, 1-11
Hna. María Salomé Labra, SSpS
Misioneras Siervas del Espíritu Santo
La escena del evangelio de Juan de este domingo, ya próximos a semana santa, es una joyita que nos invita a “asumir nuestra verdad y en ello, somos liberados para amar”. Les invito a reconocernos en nuestras actitudes para o cuál me detendré en los personajes.
En la escena, nos encontramos con las actitudes que permanentemente rondan nuestro corazón; lo vemos en los maestros de la ley y los fariseos, que se acercan dónde Jesús con una doble intención: dejar en evidencia a la mujer que habían sorprendido en adulterio y al mismo tiempo, colocar a prueba a Jesús para tener motivos de que acusarlo. También nosotros/as, en muchas ocasiones, nos acercamos a los que nos rodean con nuestro modo de leer la realidad y de juzgarla, dejando sentir que somos mejores o sabemos más y buscamos ser confirmados en aquello que decimos, para lo cual también -a veces- podemos hacer un mal uso de la Palabra de Dios…
– ¿Reconoces en tu vida alguna experiencia similar?
La vida consagrada y sacerdotal, desde el paradigma patriarcal, lleva siglos presentada como un modelo de vida ejemplar, que vive los valores evangélicos desde una mayor radicalidad… Sin embargo, desde hace algunos años, somos testigos de algunos abusos de poder, sexual, de consciencia que se han dado en medio de nuestras comunidades eclesiales, religiosas y en nuestras diócesis, situaciones que nos avergüenzan e incomodan. Desde allí, podríamos entender la experiencia de escabullirse que toman los maestros de la ley y los fariseos ante las palabras de Jesús “El que de ustedes esté sin pecado que tire la primera piedra”. Escuchar la pregunta de Jesús permite asumir la propia verdad y dejar de acusar al otro.
– ¿Qué experiencia tienes tú?
– ¿Cuántas veces te has reconocido peleando en el otro algo que tu mismo/a aún no has asumido?
Y concluye la escena, en el dialogo entre Jesús y la mujer, quien constatando que todos se han retirado, le da la Palabra a la mujer, que puede sacar la voz para reconocer que nadie la condeno lo cual, ha de ser muy sorprendente para ella, más aún que Jesús asume esta realidad expresando “tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peque más”
– ¿Cuántas veces has sido sorprendido/a por el amor misericordioso de Dios?
– ¿Qué despierta esa experiencia en tu vida? ¿Tu perdón ha liberado a alguien?
Si como consagrados estamos llamados/as a testimoniar a Jesús en medio de nuestro pueblo, hemos de aprender de Él, a crear los espacios conversacionales en que pueda emerger lo mejor de las personas. Él no reprochó a ninguno sus actitudes, tampoco a la mujer, simplemente guardo silencio, escucho lo que acontecía en el corazón de las personas y les permitió que se reconocieran y se asumieran en su verdad.
– ¿Creo espacios en mí y en mis entornos donde pueda emerger la verdad de cada uno/a sin escandalizarnos?
– ¿Me permito y permito abrazar con ternura la vulnerabilidad que nos acompaña como seres humanos?
Gustemos de la posibilidad de mirarnos en nuestra verdad y vivamos en la fuerza de su misericordia, relaciones reconciliadoras que reflejen como nos cuidamos unos a otros y cuidamos la vida de todos/as y de la creación.
