jueves , 28 marzo 2024
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“Esperanza a pesar de todo”: Reflexión para la Vida Consagrada a partir de la situación presente y de cara al plebiscito de octubre

El momento que vivimos como país es complejo. Sentimos que las cosas escapan a nuestro control y nos quedamos perplejos ante el futuro. Hemos vivido momentos cruciales: la crisis de los abusos en la Iglesia, el estallido social, este largo tiempo de pandemia. Numerosos hermanos y hermanas de nuestras comunidades no han sobrevivido al COVID-19, así como miles de chilenos y chilenas. Son situaciones que nos han removido el piso y nos exigen preguntarnos más a fondo de lo habitual, para ir a buscar lo esencial que le da sentido a nuestra vida.

Sin embargo, como religiosas y religiosos de Chile nos resistimos a perder la esperanza, porque creemos en el Dios de la Vida, que se manifestó plenamente en Jesucristo. Ese Dios que quiso vivir y caminar con nosotros en esta historia que atravesamos como pueblo. Inspirados en él, miramos nuestra realidad desde aquella plenitud de vida que nos ofrece.

La plenitud de la dignidad

En la atención especial de Jesús hacia los pecadores y los pobres reconocemos una acción profética que pone de manifiesto la igual dignidad de todos. En efecto, él trató a todos como hijas e hijos de Dios y, por eso, los escuchó, los acogió, los perdonó. Esas acciones y actitudes provocaron un conflicto mortal, pues algunos vieron en Jesús una amenaza a aquello que sustentaba su manera de vivir la fe: el cumplimiento estricto de la Ley. Sintieron que Jesús no los trataba según “sus privilegios”.

En el amor a los últimos se manifiesta el amor de Dios por todos. En su preferencia por los pobres queda de manifiesto que todo ser humano es digno, con una dignidad inviolable.

Es por eso que vemos con esperanza el grito de tanta gente que han hecho escuchar su voz “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Es el reclamo contra un sistema en el que se ha naturalizado el abuso de poder. Un abuso que también ha sido parte de nuestra realidad como Iglesia. En el fondo son muchos los que se sienten maltratados, dejados de lado, víctimas de múltiples injusticias.

Las multitudes en las calles han dicho “basta”. Y creemos que esa toma de conciencia es el inicio del país nuevo que -juntos- queremos construir.

La plenitud de la fraternidad

A partir de la dignidad que compartimos nadie puede quedar fuera de la fiesta del Señor. De algún modo es lo que Jesús manifiesta en la última cena al lavar los pies de sus discípulos. Cada uno de ellos tiene una dignidad tal que merece que le lave los pies, que me sitúe ante él como servidor. Pero no por algún tipo de coacción, sino por amor. El traidor, el que lo iba a negar, los que escaparían muertos de miedo, todos estaban sentados en la mesa, no por sus méritos, sino porque el Señor quiso darles un lugar allí.

Al hablar de la dignidad como fundamento de la fraternidad, recordamos las palabras del Papa Francisco en el Templo Votivo de Maipú: “El problema no está en darle de comer al pobre, o vestir al desnudo, o acompañar al enfermo, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el enfermo, el preso, el desalojado tienen la dignidad para sentarse en nuestras mesas, de sentirse ‘en casa’ entre nosotros, de sentirse familia”.

La pandemia nos ha hecho experimentar otro fundamento de la fraternidad: la igual fragilidad. Todos somos vulnerables, todos podemos contagiarnos, todos podemos morir. Y, a partir de esa conciencia, se nos hace cada vez más evidente que nos necesitamos unos a otros. Queda así en evidencia un sistema que cree que pueden convivir chilenos con una excelente educación y otros con educación precaria; unos con un sistema de salud semejante a las sociedades desarrolladas y otros que se agravan y hasta mueren esperando ser atendidos. Se ha hecho evidente que, si la salud no es buena para todos, finalmente no es buena para nadie. Que la verdadera paz jamás podrá existir sin verdadera justicia, si unos y otros no tienen una educación de calidad, si no son respetados los derechos de todos.

Es por eso que vemos con esperanza el proceso que vive nuestro país, donde todos estamos invitados a decir una palabra respecto de la sociedad que queremos para el futuro.

Es el momento de participar, de ser responsables con nuestros deberes de ciudadanos y ciudadanas. Es el momento de volver a soñar y no conformarnos con este Chile de los abusos y las injusticias. El país en que todos se sientan en casa será aquél en el que los inmigrantes, los encarcelados, los pobres, los enfermos, los jóvenes sin oportunidades, sean tratados según su dignidad de hijas e hijos de Dios.

Que todo el dolor vivido en este tiempo le dé fuerzas nuevas a nuestra esperanza.

P. Héctor Campos, OFM-Cap.
Presidente de Conferre y Hermanos De la Junta Directiva

Santiago, 30 de septiembre 2020

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